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Regresión: Un ejercicio de autoestima y valoración de nuestros ancestros El reencuentro con mi niño interior

En una de las tantas reuniones que los maestros hacemos para planear y rendir informes, la orientadora escolar dónde trabajo Diana Paola Granados, profesional motivadora e innovadora en su praxis, nos alentó a ser parte del equipo de las regresiones, con el fin de mejorar los procesos con nuestros estudiantes y de ese ejercicio salió esta crónica que comparto con nuestros lectores de TU RADIO 99.4 FM. En su web.

El pasado 28 de septiembre conmemoré 46 años del fallecimiento de mi padre, Carlos María Gómez Gutiérrez. Corría el año 1979 y yo estaba a la espera de los resultados de admisión al programa de Biología en la Universidad del Valle. En ese entonces, el proceso de ingreso era anual, y la expectativa era enorme. Esa madrugada, mi padre murió de un infarto en mis brazos. Fue un momento devastador, pero también el inicio de una profunda regresión emocional: recorrí mentalmente toda mi vida, desde que tengo uso de razón hasta mis 18 años. Como si una vieja película de carrete se rebobinara, vi desfilar cada instante de mi infancia y juventud, marcada por el amor, las enseñanzas espirituales, políticas, históricas y, sobre todo, por una guía intelectual que me acompañó siempre, aún después de su partida.

Mi papá y mi mamá se esmeraron en llenar nuestra “biblioteca casera” con libros y enciclopedias. Leíamos juntos en familia, en las tardes, en las noches o en cualquier momento libre, en aquella hermosa casa del barrio San Fernando, en Cali. Allí transcurrieron los años más formativos de mi vida. Mis juegos infantiles siempre estuvieron mediados por la imaginación: la vuelta a Colombia, El Circo de los hermanos Egred, las transmisiones radiales simuladas con figuras del Extralandia, las procesiones de Semana Santa, las novenas de Navidad, los partidos de futbolito en la calle y las caminatas al cerro de Cristo Rey con los amigos del colegio y los vecinos de la cuadra del Bombón.

Crecí observando, aprendiendo, soñando. Mis padres, junto con mis hermanos de crianza —mis primos hermanos mayores José Carlos y Rosita—, me ayudaron a trazar un norte claro: estudiar era una forma de superarnos, de llegar lejos. Hoy, en esta reflexión que he llamado Regresión: ejercicio de autoestima y valoración de nuestros ancestros, reconozco la madurez con la que mis padres me guiaron. Mi padre, notario de profesión, y mi madre, María Lucy Veithia de Gómez, educadora y mujer de visión, me brindaron un hogar lleno de amor, estructura y motivación para ser feliz.

De niño jugaba con José Carlos, ya entonces estudiante del programa de Química en la Universidad del Valle. Lo veía como mi héroe, el que me llevaba al cineclub de Andrés Caicedo en el teatro San Fernando, o a ver futbol en las canchas de Univalle en Meléndez o a escuchar salsa en los vericuetos del barrio Obrero en mi Cali o ver teatro en el TEC.

Mi padre fomentaba el estudio y solía preguntarme en sus últimos días: “¿Vas a ser químico o biólogo? Eso que hablas de genética me gusta. La herencia nunca se puede olvidar… tus ancestros, tu estirpe…”.

De él fue que aprendí a ver la Biohistoria, la Biogeografía y la Bioeconomía del planeta, como un regalo ancestral, en una época donde no había celular, la radio era la Reyna y la televisión aun era en blanco y negro.

Nunca llegó a saber que, efectivamente, fui admitido en la Universidad del Valle. Falleció esa madrugada, pero su voz y su ejemplo ya estaban sembrados en mi camino. 

Ya por entonces sentía un fuerte llamado hacia la docencia. En el Colegio Franciscano de Pío XII, donde cursé desde kínder hasta el bachillerato, varios profesores me alentaban diciendo que me expresaba con creatividad. Aún guardo con cariño los recuerdos de mi profesor de química, José Vidarte, y del doctor Carlos Arturo Varela, maestro de español y literatura. Él me motivó a escribir, a recitar poemas de Marroquín, a leer los clásicos griegos, las obras de Fernando Soto Aparicio, los clásicos de la literatura colombiana y las lecturas dominicales de los periódicos icónicos de nuestro territorio patrio.

José Carlos se graduó en 1967 como químico de la Universidad del Valle y empezó de inmediato su carrera como docente en esa misma universidad y luego en la Universidad Nacional, sede Palmira. Años después, en 1986, se repitió la historia conmigo: me gradué como licenciado en Biología y Química de la Universidad Santiago de Cali, y aunque ya era estudiante en la Universidad del Valle, en lo que había soñado en biología con el énfasis de la genética, pude vincularme al naciente programa de Regionalización en el Valle del Cauca, lo cual me permitió recorrer académicamente y laboralmente bellas ciudades como Buenaventura, Palmira, Buga, Cartago, Sevilla, Zarzal y TULUÁ donde regrese en  1992  ya no vcomo el niño que montaba la bicicleta panadera de mi tío político, por las destapadas calles del barrio popular Don Robert Cardozo, mangoniaba en los alrededores del coliseo de feria y por las orillas del rio Morales, sino como el profesor de la sede de Univalle que construía por esos años el Festival del Mate y El Guarapo del cual fui protagonista en su esencia azucarera y de jugos fermentados.

Desde niño soñé con ser maestro. Hoy, en este año 2025, tras cumplir ese sueño y haber realizado juicioso el ejercicio propuesto por la orientadora escolar Diana Paola, me siento feliz de haber alcanzado una pensión luego de décadas dedicadas a la enseñanza, de haber hecho escuela de periodismo con el inolvidable Jesús Salcedo Usma (qepd), de seguir vigente en mis sueños en esos juegos infantiles de la radio, el ejercicio fue útil.

 Sigo activo en la universidad, en la UCEVA y en el magisterio. Agradezco a Dios y a la vida por haber tenido una familia que me dio cimientos sólidos. Esta regresión no es solo un ejercicio de memoria, sino un acto de gratitud: me reencuentro con ese niño interior que imaginaba mundos, que creía en los libros, y que soñaba con enseñar…Y aquí estoy, frente a un teclado —ya no el de la vieja máquina de escribir, sino el del computador moderno—, sintiendo la misma emoción de aquel niño que empezaba a escribir su historia, SU VIDA DE FELICIDAD. GRACIAS.

– Carlos Mario Gómez Veithian

 

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